La noche huele a sexos torrenciales:
machos, hembras, arbustos y animales
gimen, sudan, irradian, se consumen
en el lienzo infinito de sus pieles
que dibujan, cual lúbricos pinceles,
la magnitud de Dios, y su volumen:
Él cabe en mí, en ti, en ella, en todos:
es saliva, hoja, savia, leche: modos
de cópula, de azar, de ley ardiente:
la de esculpir, hacer, echar simiente
donde el aire, en su prisa, se derrama:
fatigosa carrera de retorno
hacia el origen único: el contorno
de la orgía perpetua[1] que nos llama.
machos, hembras, arbustos y animales
gimen, sudan, irradian, se consumen
en el lienzo infinito de sus pieles
que dibujan, cual lúbricos pinceles,
la magnitud de Dios, y su volumen:
Él cabe en mí, en ti, en ella, en todos:
es saliva, hoja, savia, leche: modos
de cópula, de azar, de ley ardiente:
la de esculpir, hacer, echar simiente
donde el aire, en su prisa, se derrama:
fatigosa carrera de retorno
hacia el origen único: el contorno
de la orgía perpetua[1] que nos llama.
(De El lobo y el centauro,
Editorial Capiro, 2001)
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